viernes, 27 de febrero de 2009

El "Asalama" se oxida en Tarfaya.

Un año después de que tocara fondo en los arenales de Tarfaya, El Assalama se oxida sin remedio. Llamado a consolidar el pasillo entre Canarias y El Sáhara, el buque encalló a 200 metros de la playa y a 1,5 kilómetros del puerto marroquí. Armas mantiene firme su volutad de remolcarlo, pero el coste es elevado: 20 millones.

Tarfaya vuelve a ser una sombra de desdicha. La playa, el cielo y el mar que un día sirvieran de inspiración a Saint-Exupery para idear El Principito, es hoy un lugar dejado a la mano de Alá. Los 3.000 habitantes han pasado de la ilusión a la incredulidad.


Tarfaya fue una fiesta cuando en noviembre de 2007 comenzó a operar un buque de Naviera Armas con Fuerteventura. Se rompía un ciclo de aislamiento con España desde la entrega de Cabo Juby en 1958 a Marruecos, y se abría una expectativa comercial y social históricas. Pero la línea duró sólo medio año hasta el día que El Assalama encalló en los arenales de la playa en abril de 2008.

El buque sigue allí, a 150 metros de la orilla y casi 2 kilómetros del puerto de Tarfaya, del que zarpó con 113 pasajeros rumbo a la isla majorera. Está en proceso de herrumbre y las maniobras para su rescate han resultado baldías. Naviera Armas mantiene su compromiso de remolcarlo, pero la aseguradora sigue barajando varias opciones. Según cálculos oficiales, la operación cuesta entre 15 y 20 millones de euros. La última propuesta de los técnicos es despiezar el barco.

El barco está prácticamente vacío. Se ha quedado sin enseres ni instrumentos de navegación; el casi medio centenar de coches se encuentra bajo las aguas. Las olas golpean el casco hasta el nivel dos y el azote continuo del viento (alcanza hasta fuerza 5) convierte al Assalama en una imagen fantasmagórica.

Marruecos ha cumplido con su parte y mantiene a dos funcionarios (de aduanas y de puerto) en Tarfaya. Desde la escollera, el barco es un diminuto objeto en dirección sur. Hay que tomar una carretera secundaria de casi un kilómetro y caminar 200 metros hacia la costa para colocarse frente a la embarcación. Entonces, el viento sopla con rabia y Tarfaya se divisa como un conjunto de casitas de dos plantas sin blanquear. El barco ni se mueve; la proa, orientada hacia el sur y la escora hacia el oeste, de 2 grados. De vuelta a Tarfaya, la vida sigue. Los pescadores han dejado de creertanto en Canarias que hasta se niegan a ser fotografiados. «Nuestra dignidad vale más».

Los héroes olvidados de la playa.

El 30 de abril a las 11.00 horas, El Assalama encalló en los arenales de Tarfaya. Aunque no hubo muertos y los heridos resultaron leves, el suceso dio la vuelta al mundo por su aparatosidad y por la capacidad de los 113 tripulantes para asociarse y difundir por móvil las imágenes del rescate, uno de los más precario que recuerda la navegación canaria reciente.

Aquel día, los 113 pasajeros no salvaron el pellejo por la destreza de la tripulación. La odisea del rescate correspondió a un numeroso grupo de héroes anónimos, encarnados en los pescadores de Tarfaya, que no dudaron un minuto en sortear olas de dos y tres metros para asistir a mujeres, niños y ancianos a salir por uno de los laterales del buque.

Aquellos pescadores siguen hoy en sus modestísimas casas de Tarfaya, un pequeño pueblo de poco más de 5.000 habitantes, a una hora en coche de El Aaiún y sobre el que se edificó un plan de ilusiones para salir de la pobreza.

Las expectativas sobre Tarfaya fueron tal que el precio del suelo se disparó. Hace dos años se regalaba; hoy el metro está a 80, 100 y 120 euros el metro. La empresa Tarima Maroc (mitad canaria, mitad marroquí) planeó la construcción de bungalows encima de la playa y de un puerto deportivo a cambio de la gestión privada del Puerto. En este año, Tarima ha desaparecido de la escena pública.

Pero los pescadores siguen en sus casas, saliendo a pescar para comer, tomando té a la caída de la tarde. «Hablar de Canarias no les satisface. Se sienten engañados en su orgullo, en su amor propio», recuerda un portavoz marroquí de El Aaiún.

Antonio Jiménez, el único empresario isleño que resiste en Tarfaya, abrió seis de las 30 habitaciones de su hotel. «Lo que necesitamos es que se ponga el barco. Si se logra, todo esto cambiará e irá a más».

Los pescadores de las 30 pateras que aquel día se lanzaron al mar, rescataron a la mayor parte del pasaje. Nadie de Canarias ha ido a darles las gracias; nadie les ha hecho un homenaje; nadie se acuerda de ellos. Son los héroes olvidados de una jornada que pudo acabar en tragedia. «No les importa. Cumplieron con su deber moral y religioso. No esperan nada».

Fuente y Fotografias: Canarias7